“Que me quiten la ilusión es lo que peor me puede sentar”, esa frase la dije en Facebook y me la llevo repitiendo toda la semana. De ilusiones vive la gente, unas son más esperadas que otras, unas son caprichos, otras deseos que guardan en el corazón y que pueden convertirse en obsesiones. Este año ya me han desilusionado dos veces, en dos momentos puntuales.
Comentaré primero la que me ha llevado a escribir esta entrada. Esta semana habrá huelga de fútbol, por tanto no podré ir al estadio Ciudad de Valencia para estrenar mi abono, ese que tengo por primera vez para ver partidos de Primera División. He estado abonado otras veces, pero en segunda y aunque las ganas son las mismas, quería probar la experiencia de estar viendo en directo fútbol de élite.
Al final me tocará esperar un mes más para ir al campo, llevaba esperando mucho tiempo esta semana, desde que me dieron un dinerillo con la beca, pero todo se ha ido al carajo. Me direis que soy un exagerado, que no importa esperar, pero ya me había hecho a la idea de ir ahora que no tengo exámenes y disfrutar, pero no, me tocará esperar cuatro interminables semanas más.
Por si fuera poco, me he sentido mala persona, despotrique todo lo que pude contra esa huelga, causante del problema y hablando con otras personas me han hecho ver que es necesaria. Yo me niego a reconocerla, mi disgusto es muy fuerte y no escucho razones, pero como se que esta gente que me lo explica está más cualificada que yo pues me hace sentir mal conmigo mismo.
Mi otra desilusión fue el 16 de marzo, no se me olvidará esa fecha. Me levante a las 7:00 para ir con mi cámara a ver fallas, primero perdí media hora en ir a casa a por un mapa que me había hecho y cuando llegue a la Malvarrosa solo pude ver cuatro fallas porque empezó a diluviar. No tenía paraguas y me refugié en la parada de Eugenia Vives para esperar a que parara de llover.
Ahí estuve, dos horas de reloj, viendo tranvías pasar y esperando a que el agua cesara, pero no fue así, siguió lloviendo y yo con los pies mojados pasando frío. Cuando mi desanimo estalló, volví a casa, aun eran las 11:00 horas y tuve que contener las lagrimas en muchas ocasiones de regreso. Cuando llegué a Almàssera, dejó de llover, pero ya no tenia ganas de regresar a Valencia, solo de meterme en la cama para deprimirme.
Me metí en la cama, con el pijama y me puse a llorar como un niño pequeño, esperaba ese día como nada en el mundo y la lluvia me tuvo que fastidiar, por la tarde hacia mal tiempo y no quise salir de casa. Volqué toda mi ilusión en esa fecha y salió mal. Tonterías pensareis que son estas dos cosas, pero cuando uno tiene una fuerte ilusión y se la chafan, se considera la persona más desgraciada del mundo.
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