Rutina veraniega, la de todos los años, la que se echa de menos cuando no la tienes y no se disfruta al máximo cuando puedes gozar de ella. Levantarse sin hora, pero tampoco muy tarde, el día está para disfrutarlo, no para pasártelo durmiendo en la cama. Cuando más temprano te levantas, más tiempo tienes para llevar a cabo esos pequeños proyectos que al fin y al cabo son los que te aportan la felicidad.
En mi caso, pasear por la casa hasta la cocina y asomarme a ver el sol, sentir ese airecito del mediterráneo, tan cálido, pero a la vez, tan refrescante por la mañana. Me hace sentir bien, y eso que no soy muy amigo del sol y de la luz, mucho menos del calor. Aunque solo el hecho de sentir el viento de Levante me hace ser un privilegiado.
Esas cortinas que bailan, a mediodía con fuerza son el símbolo de que se acerca la hora de comer. Tomar fruta fresca sienta de maravilla si lo haces en la corriente, en la tranquilidad, en la harmonía. Luego tienes la tarde libre, donde el airecito ya no es tan intenso, solo en la sombra o en las terrazas donde el sol no pega. Aunque bueno, si quiero estar en el ordenador, me toca aguantar algo de calor. No pasa nada, de todo hay que aguantar.
Por las noches se va el frescor, pero no importa si te acuestas con la sensación de haber aprovechado un día de vacaciones para aumentar un poco el ego. ¿Es egoismo? No, es vida, la vida está para ser feliz, disfruta de esos pequeños detalles. Haz como el aire, puedes dejarlo correr por la ventana o cerrarle el paso, pero siempre estará ahí. Y a mí, sinceramente, me hace feliz dejarle pasar.