jueves, 11 de septiembre de 2014

El conductor de Donosti

Me apetece mucho contar esta anécdota, que quizás, de anécdota tenga lo justo. El Domingo volvía al Polideportivo de Nazaret, ese lugar que ya me empiezo a conocer al dedillo y donde me siento realmente bien. Seguí mi ritual, me levanté pronto y todavía legañoso me duché, hacía falta, ya que nos esperaba un caluroso paseo. En la calle, un bochorno poco habitual cuando todavía no habían pasado las nueve de la mañana. Emprendíamos el viaje con las manos cargadas de mis prendas del Levante, dos botellas de agua (una fresca y la otra congelada), la crema solar, las gafas, el móvil, el mp3 y la cámara reflex. El calor era asfixiante y las moscas no dejaron de agobiarme hasta el Ciutat de València, por donde me apetecía pasar siguiendo mi trayecto "romántico". 

Pasé por el cajero automático para sacar dinero con la intención de comprarme la comida, pero en la tienda donde suelo acudir no había ofertas de platos a dos euros y del día todavía no tenían nada preparado. El paseo, lejos de convertir-se en mi momento de relax, se convirtió en un tormento, entre el calor y el no haberme comprado nada para comer. Llegué a Nazaret y todavía no eran ni las once, una hora por delante que no aguantó ni el hielo de mi botellita. Tan solo la presencia de Ceci, que se marchó a algo del autobús, no le entendí bien, no había más conocidos en el Polideportivo. En eso que me fui al lado del vigilante del campo, quien estaba en la sombra y me advertió de que no dejará las bolsas ahí ya que se me podrían mojar por los aspersores, sin embargo, no los enchufaron.

Me di la vuelta un momento y vi que estaba el autobús de las chicas de la Real Sociedad. Me pareció un buen momento para acercarme y vi que estaba el conductor removiendo unas cajas con fruta, se comió un grano de uva, luego bajo un par de cajas de cartón y las tiró al contenedor. Le pregunté para asegurarme si era el conductor oficial, y empezamos una breve charleta, como aquellas entre dos conocidos de toda la vida. Confesó que todos los veranos iba a la costa valenciana, lo bonito que es San Sebastián, que habían llegado el sábado y partirían de regreso inmediatamente al terminar el duelo en un viaje de unas siete horas. Hablamos del tiempo, que habían dejado Donosti con 17 grados y que lo de hoy era insoportable, que conocía al párroco de Nazaret, también vasco como él, que en la inauguración del Polideportivo fueron invitados. 


No podía faltar la referencia a la mala coyuntura económica que estamos viviendo en toda Europa, un clásico en las conversaciones de la gente. Pero a diferencia de la mayoría, aportó un toque de esperanza a que las cosas cambien. Coincidimos en que lo de ahora es un problema, pero no quise pasar al oportunidad de decirle que cuando se va a ver deporte, hay que dejar los problemas en casa, y me dio la razón. Que hay que saber disfrutar de las cosas buenas de la vida, como un partido de fútbol, no dedicarse a insultar y no mezclar lo personal con el deporte. Acabé la conversación con una sonrisa, el debía seguir trabajando y yo no quise arrebatarle más minutos, en total unos 10 que estuvimos charlando, sin importar la edad ni la procedencia de cada uno. 

Ahí le dejé, no sin antes decirle que había sido un placer y que ojalá nos volviéramos a ver en un año. A medida que fueron llegando mis conocidos del Levante, o lo que yo llamo "mi familia granota", les fui comentando que había conocido al conductor del femenino de la Real. Los demás no le dieron mucha importancia al hecho, pero para mi si lo fue. No me quise marchar sin hacerle una foto, a saber lo que pensaría de mi. Pero fue la prueba de que cuando uno acude con su sonrisa y la amabilidad por delante, acaba conociendo a bellísimas personas. Lo mejor de todo es que tampoco él le habrá dado mayor importancia de la que yo le di a ese espontáneo encuentro. Con la que está cayendo, se aprecian más esos momentos donde el ser humano actúa como un buen ser humano.